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sábado, 7 de outubro de 2017

Cuentos de Avengar - Una Carga Especial

Todo lo que ellos querían era descubrir si existía un paraíso
Traducido al español por: Jorge Fenix, de Stella Ediciones

Petrus vivía en la periferia sur de Avengar en un condominio frio y sucio, donde el gobierno le había destinado un cuarto con baño y cocina. Trabajaba en la usina de energia, controlando máquinas que proveían electricidad para veinte ciudades del porte de Avengar. La jornada de doce horas diarias de trabajo, seis días por semana, no era animadora, a pesar de que su función fuera considerada privilegiada. Petrus había conquistado el puesto por haber luchado en los frentes populares en el Día del Levantamiento. No tardó mucho en percibir su error, pero no había mucho que hacer. Hablar con otras personas era peligroso, por eso reservaba sus pensamientos para los momentos de soledad. La única persona con quien compartía sus ideas era Carlos, que trabajaba en el sector de mantenimiento de la usina.

Los dos se conocieron en el comedor y pronto fue surgiendo una amistad fuerte. Tras un año de esa relación, Petrus tomó coraje para exponer, aunque cuidadosamente, un poco de su pensamiento. Para su satisfacción, sus sospechas se confirmaron cuando constató que Carlos compartía las mismas ideas e ideales. Sabían que había otros como ellos, pero no podían exponerse, pues, en caso de que fueran denunciados, serían considerados traidores, crimen severamente castigado con la muerte.

Continuaron sus conversaciones reservadas y, después de algún tiempo, una persona más se juntó al grupo: la bella, inteligente y sagaz Carmen, una enfermera del Centro Médico. Fue ella quien supo, durante las numerosas atenciones a pacientes, que existían sobrevivientes del Levantamiento que habían huido hacia un lugar supuestamente seguro y desconocido. Tal vez fuese apenas una leyenda más o un cuento de hadas, pero, a partir de esa información, encontrar esa tierra distante y a los sobrevivientes se volvió sinónimo de esperanza. Pero, ¿cómo conseguir algo así? 

En Avengar la vida de los operarios tomaba rumbos peligrosos. Las raciones diarias y el sueldo mínimo generaban incomodidad, y no tardó mucho en surgir uma vasta red clandestina donde circulaban los más variados ítems de consumo. De pastas de dientes a drogas pesadas, prostitución y una criminalidad creciente que la Policía Estatal intentaba reprimir sin mucho éxito, pero siempre con extrema violencia. 

El contingente de policías era grande, pues formar parte de ese organismo de control traía algunos beneficios, como: jornada de trabajo menor y una remuneración por encima de la media. Inicialmente fueron esos atractivos los que llevaron a Pamela a alistarse en las fuerzas. El tiempo y el adoctrinamiento hicieron el resto. Su devoción ciega al Gobierno la transformó en una cazadora de subversivos, como eran llamados todos los que pensaran diferente. Pamela solo tenía un defecto grave: su orgullo hacía que a veces hablara de más.

Carmen estaba de turno en Emergencias del Centro Médico, cuando la ambulancia llegó con dos policías heridos en un enfrentamiento. Fue designada para atender a la joven policía que había recibido un tiro en el hombro. El médico responsable realizó los procedimientos necesarios y la agente fue llevada a un cuarto para recuperarse. Carmen estaba aplicando los vendajes y, como la mujer policía ya estaba consciente, comenzó a conversar con ella:

— ¡Buen día, teniente Pamela! ¿Cómo se siente? Ha sufrido una herida leve aquí. -Pamela sonrió con una mezcla de alivio, dolor y rabia:

— Malditos subversivos, estaban armados y reaccionaron.
Carmen siempre fue de pensar muy rápido y aprovechó la oportunidad para intentar extraer alguna información y disparó: — Vaya, pensé que esta escoria no existía más, pero debe ser algún alienado aislado.

— ¡No lo son, no! ¡Sabemos que existen más, pero voy a acabar con ellos uno por uno, tengo dos sospechosos más en la usina que luego voy a eliminar también! — respondió Pamela. — Ojalá, tengo miedo de esa gente solo de pensarlo. Voy a trabajar el doble para que se recupere rápido — completó Carmen.

Las dos se rieron juntas.

La noticia cayó como una bomba sobre Petrus y Carlos. Era preciso hacer algo rápido. Carmen sugirió que ellos salieran de Avengar para procurar el mencionado refugio. Sería un tiro en la oscuridad, pero, por lo menos, había una chance de sobrevivir y, quien sabe, un día volver para rescatar a otros. Pero, ¿cómo salir de la ciudad? Siguieron con sus rutinas de trabajo normalmente y mantuvieron los encuentros para no generar ningún tipo de sospecha en razón de un súbito cambio de comportamiento.

La solución para la fuga fue dada por Carlos y le vino a la mente durante un intervalo en la usina, cuando estaba en el jardín, recostado en un banco mirando para el cielo. Carlos observó los drones de carga que hacían su vuelo suave e silencioso llevando materiales de un lado para otro y llegó a la conclusión de que sería una óptima manera de salir por los muros. Restaba ahora descubrir cómo conseguir un dron de alta capacidad. Después de mucha búsqueda e incursiones por los submundos de Avengar, finalmente consiguieron un Nautilus 105, aparato utilizado en el transporte de detritos fuera de Avengar y, gracias a los conocimientos de Petrus, fue posible programar un permiso para que el dron atravesara la muralla sin disparar las alarmas. Con capacidad para 100 kilos, tendría que realizar dos viajes, preferentemente de noche.

La suerte parecía estar de su lado y Petrus agradeció por vivir en el último piso, pues eso le daba acceso a la terraza del edificio. Transportaron el aparato en partes y lo montaron en el lugar del despegue. Todo fue decidido a la suerte y Petrus haría el primer viaje. Con sus setenta kilos, aún sobraba espacio para llevar un poco de equipaje. El habitáculo era pequeño, pero él consiguió acomodarse. La idea era posarse en uno de los predios abandonados de la antigua ciudad, del lado de afuera. El control seria realizado desde dentro del dron y la memoria, borrada al regreso. Todo salió bien en el primer viaje, el aparato atravesó la muralla sin problemas y voló suavemente hasta un predio abandonado, posándose sobre el mismo. Petrus salió, descargó y accionó el retorno automático. El aparato regresó y Carlos borró la memoria de la ruta e inició el cargamento para el segundo viaje. Se acomodó en la caja para iniciar el viaje cuando fue sorprendido por cuatro agentes de la Policía Estatal que lo llevaron preso y recogieron la famosa caja negra del aparato. Era el fin de un sueño.

Del otro lado de la muralla, Petrus aguardó el tiempo combinado, pero Carlos no apareció, sabía que alguna cosa había ocurrido. Por un momento quedó pensativo, hasta que un ruido le llamó la atención. De en medio de las sombras surgió una figura alta y delgada, que se presentó de forma suave, pero segura de sí. − Mi nombre es Tom. ¡Su amigo no vendrá y usted precisa salir de aquí! -Petrus lo siguió, con la sensación de que estaba haciendo lo que era correcto, pero que no sería fácil. Sin embargo, esa ya es otra historia.



domingo, 1 de outubro de 2017

Contos de Avengar - Uma Carga Especial

Tudo que eles queriam era descobrir se existia um paraíso.
Petrus vivia na periferia sul de Avengar em um condomínio frio e sujo, onde o governo lhe havia destinado um quarto com banheiro e cozinha. Trabalhava na usina de energia, controlando máquinas que forneciam eletricidade para vinte cidades do porte de Avengar. A jornada de doze horas diárias de trabalho, seis dias por semana, não era animadora, apesar de sua função ser considerada privilegiada. Petrus havia conquistado a vaga por ter lutado nas frentes populares no Dia do Levante. Não demorou muito para perceber seu erro, mas não havia muito que fazer. Falar com outras pessoas era perigoso, por isso reservava seus pensamentos para os momentos de solidão. A única pessoa com quem compartilhava suas ideias era Carlos, que trabalhava no setor de manutenção da usina.

Os dois se conheceram no refeitório e aos poucos foi surgindo uma amizade forte. Após um ano de relacionamento, Petrus tomou coragem para expor, ainda que cuidadosamente, um pouco do seu pensamento. Para sua satisfação, suas suspeitas vieram a se confirmar quando constatou que Carlos partilhava das mesmas ideias e ideais. Sabiam que havia outros como eles, mas não podiam se expor, pois, caso fossem denunciados, seriam considerados traidores, crime severamente punido com a morte.

Continuaram suas conversas reservadas e, depois de algum tempo, mais uma pessoa veio se juntar ao grupo: a bela, inteligente e sagaz Carmem, uma enfermeira do Centro Médico. Foi ela que soube, durante os muitos atendimentos, que existiam sobreviventes do Levante que haviam fugido para um lugar supostamente seguro e desconhecido. Talvez fosse apenas mais uma lenda ou um conto de fadas, mas, a partir dessa informação, encontrar essa terra distante e os sobreviventes virou sinônimo de esperança. Mas como conseguir algo assim? 

Em Avengar a vida dos operários tomava rumos perigosos. As rações diárias e o soldo mínimo geravam desconforto, e não demorou muito para surgir uma vasta rede clandestina onde circulavam os mais variados itens de consumo. De pastas de dente a drogas pesadas, prostituição e uma criminalidade crescente que a Polícia Estatal tentava reprimir sem muito sucesso, mas sempre com extrema violência. 

O contingente de policiais era grande, pois fazer parte desse organismo de controle trazia alguns benefícios, como: jornada de trabalho menor e uma remuneração acima da média. Inicialmente foram esses atrativos que levaram Pâmela a se alistar nas forças. O tempo e a doutrinação fizeram o restante. Sua devoção cega ao Governo a transformou em uma caçadora de subversivos, como eram chamados todos os que pensassem diferente. Pâmela só tinha um defeito grave: seu orgulho fazia com que falasse demais, às vezes.

Carmem estava de plantão na Emergência do Centro Médico, quando a ambulância chegou com dois policiais feridos em confronto. Foi designada para atender a jovem policial que havia levado um tiro no ombro. O médico responsável fez os procedimentos necessários e a policial foi levada para um quarto para se recuperar. Carmem estava fazendo a troca de curativos e, como a policial já estivesse consciente, começou a conversar com ela:
— Bom dia, tenente Pâmela! Como está se sentindo? Você teve um ferimento e tanto aqui. Pâmela sorriu num misto de alívio, dor e raiva:
— Malditos subversivos, estavam armados e reagiram.
Carmem sempre pensou muito rápido e aproveitou a oportunidade para tentar extrair alguma informação e disparou: — Nossa, pensei que esta escória não existisse mais, mas deve ser algum alienado isolado.
— Não são, não! Sabemos que existem mais, mas vou acabar com eles um a um, tenho mais dois suspeitos na usina que logo vou eliminar também! — Pâmela respondeu. — Tomara, tenho medo dessa gente só de pensar. Vou trabalhar o dobro para você se recuperar rápido — Carmem completou.
As duas riram juntas.

A notícia caiu como uma bomba sobre Petrus e Carlos. Era preciso fazer algo rápido. Carmem sugeriu que eles saíssem de Avengar para procurar o tal refúgio. Seria um tiro no escuro, mas, pelo menos, havia uma chance de sobreviver e, quem sabe, um dia voltar para resgatar outros. Mas como sair da cidade? Seguiram com suas rotinas de trabalho normalmente e mantiveram os encontros para não gerar nenhum tipo de suspeita em razão de uma súbita mudança de comportamento.

A solução para a fuga foi dada por Carlos e veio a sua mente durante um intervalo na usina, quando estava no jardim, deitado em um banco olhando para o céu. Carlos observou os drones de carga que faziam seu voo suave e silencioso levando materiais de um lado para outro e chegou à conclusão de que seria uma ótima maneira de sair pelos muros. Restava agora descobrir como conseguir um drone de alta capacidade. Depois de muita procura e incursões pelos submundos de Avengar, finalmente conseguiram um Nautilus 105, aparelho utilizado no transporte de detritos para fora de Avengar e, graças aos conhecimentos de Petrus, foi possível programar uma permissão para que o drone atravessasse a muralha sem disparar os alarmes. Com capacidade para 100 quilos, teriam que realizar duas viagens, preferencialmente à noite.

A sorte parecia estar ao seu lado e Petrus agradeceu por morar no último andar, pois isso lhe dava acesso ao terraço do edifício. Transportaram o aparelho em partes e o montaram no local da decolagem. Tudo foi decidido na sorte e Petrus faria a primeira viagem. Com seus setenta quilos, ainda sobrava espaço para levar um pouco de bagagem. O habitáculo era pequeno, mas ele conseguiu se acomodar. A ideia era pousar em um dos prédios abandonados, da antiga cidade, do lado de fora. O controle seria feito de dentro do drone e a memória, apagada ao retorno. Tudo correu bem na primeira viagem, o aparelho atravessou a muralha sem problemas e voou suavemente até um prédio abandonado, pousando sobre o mesmo. Petrus saiu, descarregou e acionou o retorno automático. O aparelho retornou e Carlos apagou a memória da rota e iniciou o carregamento para a segunda viagem. Acomodou-se na caixa para iniciar a viagem quando foi surpreendido por quatro agentes da Polícia Estatal que o levaram preso e recolheram a famosa caixa-preta do aparelho. Era o fim de um sonho.

Do outro lado da muralha, Petrus aguardou o tempo combinado, mas Carlos não apareceu, sabia que alguma coisa havia acontecido. Por um momento ficou pensativo, até que um ruído lhe chamou a atenção. Do meio das sombras surgiu uma figura esguia, que se apresentou de forma suave, mas segura de si. − Meu nome é Tom. Seu amigo não virá e você precisa sair daqui! Petrus o seguiu com uma sensação de que estava fazendo o que era certo, mas que não seria fácil. Porém, essa já é uma outra história.

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terça-feira, 11 de abril de 2017

Transformando Vidas e Viabilizando Histórias

O serviço social é a espinha dorsal da igreja e quando é departamentalizado transforma esta em um organismo deficiente!
Um dos grandes equívocos que costumamos observar nas instituições religiosas de vertente cristã é a departamentalização de atividades que deveriam ser lugar comum na vida de todos os membros da organização religiosa. Uma dessas atividades é a assistência social, uma prática que deveria estar impregnada em nosso DNA evangélico mas que, na maioria das vezes, é relegada a um departamento encarregado de distribuir cestas básicas ou emprestar a caminhonete da congregação para fazer alguma mudança para um irmão menos abastado. Mas a pergunta é: é isso que a Bíblia nos ensina? Então vamos a ela.

Tiago, diz, que a verdadeira religião, que agrada a Deus, é ajudar os órfãos e viúvas em suas necessidades. Jesus, disse que se, deixarmos de alimentar os famintos, vestir os nus e não visitarmos os encarcerados é como se deixássemos de servir a Ele. Em Atos, lemos que os discípulos prosseguiam no repartir o pão. Temos muitos outros exemplos que não cabem neste pequeno texto, mas que deixam claro que a assistência social é a verdadeira demonstração visível de que somos realmente cristãos. É a materialização do amor ao próximo. Não existe Evangelho sem esta característica. Mas este assistir a sociedade que nos cerca vai muito além de uma cesta básica.

Uma vez que somos sal e luz, de acordo com as sagradas escrituras, temos por objetivo, dar um sabor agradável a vida dos outros, devolvendo a estes outros, independente de serem cristãos ou não, o gosto pela vida, pela família, pelo trabalho e pelo simples fato de serem humanos, irmãos na carne e imagem e semelhança do Deus que afirmamos servir. Como luz, devemos iluminar suas vidas para que enxerguem nitidamente os caminhos por ande andam e possam tomar as decisões acertadas que contemplem os outros dos outros, transformando-se em novas luzes e novos sais neste mundo tão escuro e tão amargo. Isto é ser cristão!

Não basta dar um prato de comida. É necessário convidar o outro a sentar-se a mesa para já não ser outro e sim, um de nós. Não basta uma oferta polpuda, antes, devemos reintegrar os outros ao convívio social para que sejam nós. Propagar o Reino é oferecer a possibilidade de que os outros também façam parte deste Reino. Nossa missão, neste reino, não é desfilar em carruagens ou exibir nossas vestes reluzentes em uma baile de gala, mas entrar, dia após dia, no submundo cuja as portas não podem nos impedir e tirar de lá, um a um, os prisioneiros. É possível, é necessário, é a única maneira de sermos quem dizemos ser!

***

Existe  um Reino Encantado, tão distante e tão perto, que foi inaugurado há dois mil anos por um Rei que havia sido morto mas reviveu. Seus súditos o viram vivo e depois Ele subiu para o seu trono e os súditos receberam a incumbência de transformar outros mortais em súditos também. O Rei lhes deu uma chave mágica que está num livro que carrega grande poder. Com esta chave eles podem entrar nos mundos inferiores, quebrar as correntes, curar as feridas e resgatar os prisioneiros. Os prisioneiros que aceitarem fazer parte do Reino recitam um encantamento que os livra e os transforma em súditos também. Juntos, eles comem, se divertem, cantam e dançam e trazem mais gente triste para virar gente alegre. Fazem isso todos os dias, enquanto aguardam a volta do Rei que virá buscá-los. Então serão felizes para sempre. Amém!


quinta-feira, 22 de dezembro de 2016

Um Conto de Natal...


Faltavam poucos dias para o Natal. A ruas da Cidade dos Portos estavam enfeitadas com milhares de luzes coloridas que piscavam ao ritmo de canções natalinas. Haviam pessoas de todas as etnias e idades que caminhavam pelas longas e largas calçadas da área comercial. Nos bares e restaurantes as músicas e as vozes misturavam-se ao som de louças e talheres. Vez por outra alguém mais exaltado pelo consumo exagerado de álcool era convidado e se acalmar ou então se retirar para o posto da guarda onde haviam leitos e atendimento médico. Centenas de olhos eletrônicos cuidavam para que nenhuma anomalia interferisse nas comemorações e no consumo de homens e mulheres que haviam trabalhado ao longo do ano e agora só desejavam se divertir.

Há algumas quadras, longe do burburinho festivo, Pietro estava em seu quarto, atrás da sede do informativo local, alheio a movimentação festiva tipica daquela época. Era um tempo difícil que não lhe trazia nenhuma esperança. Longe da família e praticamente sem amigos, sua companheira era uma seringa que usava para injetar cocaína na veia e tentar, na euforia da substância, livrar-se das amarras das lembranças passadas. Na tela do tablet, o apresentador de um programa musical anunciava vídeos de bandas cristãs. Pietro não tinha nenhum tipo de ligação religiosa mas gostava do programa por conta das músicas e não das mensagens.

Normalmente quando o programa terminava Pietro desligava o tablet e ia fazer outra coisa como: sair e ir para um bar. No entanto naquele domingo de 22 de dezembro não desligou o aparelho. Após o programa musical começou um programa de uma instituição religiosa que, ele não deu atenção. Apenas seguiu em frente em mais uma seringa. A medida que o programa transcorria começou a prestar a atenção no que a apresentadora falava e percebeu que ela falava de sua vida. Ficou impressionado pois ela mencionava detalhes de sua existência conturbada. Em dado momento ele chegou a pensar que estava tendo alucinações mas a moça na tela seguia firme. Sua atenção estava totalmente focada naquela mulher quando ela lhe fez o convite.

"Não estou te convidando a mudar de religião ou frequentar esta ou aquela igreja. Estou te propondo deixar Jesus cuidar de você e da sua vida ,deixar que Ele assuma o controle. Faça uma experiência com Cristo deixe que Ele guie seus passos!"

Quando se deu conta, Pietro estava de joelhos banhado em lágrimas repetido a frase: "Eu quero Jesus!". Pietro talvez ainda não soubesse mas havia recebido o melhor presente de Natal de sua vida.

terça-feira, 22 de março de 2016

Cansei de Ser um Número


Paulo acordou iluminado naquela segunda-feira. Já nos primeiros raios de sol que invadiram o pequeno quarto de hotel onde morava, levantou e começou a procurar papeis e documentos. Separou tudo em cima da cama, ainda por arrumar. Cada contrato, contas a pagar, identidade, CPF, título de eleitor, carteira de trabalho, documento do carro, cartão de banco, crachá da empresa, tudo continha um número de identificação. Esta avalanche aritmética rapidamente passou da constatação ao espanto e deste para um, até então, inexplicável desespero. Paulo entendeu que, para o sistema que faz a gestão da sociedade, não existem pessoas, indivíduos ou particularidades. Tudo e todos são resumidos a coleções de algarismos, um após o outro em sequências intermináveis.

Perturbado com sua descoberta acidental, Paulo resolveu falar com Elga, amiga de longa data, que sempre esteve ao seu lado nesses momentos críticos. Efetuou a ligação e do outro lado, uma voz mecânica informou que o número chamado estava indisponível naquele momento. Nunca havia se dado conta de que todos seus contatos eram números em uma agenda. Instantaneamente tudo a sua volta começou a mostrar seus números. Medidas, preços, idades, peso, volume, datas e tantos outros, impossíveis de contabilizar.

Chegou a conclusão que se permanecesse em seu quarto, em poucos minutos enlouqueceria. Resolveu sair. Desceu os 22 degraus da escada que dava acesso ao saguão do hotel. Deixou a chave do seu quarto, número 111 e saiu. Andou até o número 248 onde uma lanchonete 24 horas orgulhava-se de estar completando 50 anos. Pediu 1 pastel de carne e 1 suco de laranja. O atendente lhe perguntou se queria o de 300ml ou 500ml. Pediu o de quinhentos. Enquanto comia assistiu ao noticiário do canal 28 que dava a noticia de 5 mortos em acidente na BR 273. Olhou o relógio que marcava 7 horas e 15 minutos. Pagou a despesa de 10 reais e 40 centavos e saiu em direção do ponto de ônibus que distava 200 metros dali.

No ponto uma placa indicava os números das 21 linhas que passavam naquele itinerário, Quando viu o ônibus 455, fez sinal, entrou e pagou os 3 reais e 30 centavos da passagem. Foi até o fundo do veículo e ocupou 1 dos 5 lugares vazios do total de 21 lugares.

Foi ainda dentro do ônibus que Paulo teve os primeiros sintomas da desconexão. Sua visão começo a embaralhar e as imagens a sua volta que até então sempre haviam refletido aquilo que ele considerava como a realidade, começaram a se transformar em sequencias numéricas. Não era permanente, as imagens iam e vinham como uma tela com mau contato. Paulo começou a sentir medo. Esfregava os olhos como que tentando limpar a visão mas o efeito não passava. Os outros passageiros começaram a perceber sua inquietação. Alguns ficavam observando enquanto outros, meio assustados, iam para a parte da frente do veículo.

Atordoado com aquilo resolveu descer no próximo ponto. Ao descer, sem muita certeza de onde realmente estava, uma mão suave segurou seu braço puxando-o para um edifício de escritórios logo a frente. Enquanto o conduzia, a jovem que parecia ter saído de um anime, lhe perguntou:
- Você está vendo os números?
- Estou. O que está acontecendo?
- Não há tempo agora, logo você vai entender. Rápido, eles estão perto.
- Eles quem? 
- Não dá pra explicar agora, venha logo!
Subiram dois lances de escada e passaram por dois bêbados que gritaram com a euforia do álcool:
- Vai corintiano....
Chegaram numa porta com o número 122 onde um telefone tocava insistentemente.
- Atenda o telefone - Disse a jovem.
- O que!
- Atenda logo esse telefone.
Paulo retirou o aparelho do gancho e mal teve tempo de dizer alô.

Com um rápido clarão ele desapareceu da pequena sala. A garota anime colocou o fone no gancho e apos 2 segundos. ele tocou novamente e ela atendeu e sumiu da mesmo forma que Paulo. Praticamente no mesmo instante, dois homens vestindo ternos impecavelmente bem feitos entraram na sala. Um deles correu até o aparelho mas ouviu apenas o sinal de ocupado indicando que a conexão fora interrompida. Ele desferiu um golpe sobre a mesa e proferiu alguns insultos. Enquanto isso o outro homem de pé em frente a porta conversava por rádio dizia aos seus superiores:
- Não! Não chegamos a tempo e o programa foi desconectado. Perdemos este!